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LA PIEDRA DEL MEDIODÍA

Cuentos

Larosía.

Larosía.

http://agronomia.uchile.cl/centros/USEP/Granado/introduccion.htm

Abril caliente, seco, con el ardiente siroco rugiendo entre la arena, cegando los ojos de los habitantes de la hammada de Tinfuf. El siroco, implacable y cruel, inexorable, va levantando la arena como una ola que se junta con el cielo y ocupa todo y todo se ennegrece a su paso, todo lo arrasa, todo lo tumba, todo lo envuelve, todo se lo lleva, todo lo penetra, todo lo impregna, todo lo ensucia, todo lo mancha …  de arena, de minúsculas partículas que encenagan el alma, todo lo llena … de desolación.

Añorar las gotas de agua en alguna pradera repleta de escarcha, o el embravecido mar del Cantábrico inundando de espuma los malecones, era una utopía imposible.
Sólo las aterciopeladas pestañas de los saharauis mantenían diminutas y brillantes gotas de llanto, con sus recuerdos bien colocados, escondidos en los baúles de su esperanza de regresar.

Larosía soñaba despierta con tener un árbol al lado de la entrada de su jaima, para poder ver sus hojas perladas de rocío, disfrutar de su sombra, poder contar su historia a los niños … pero el siroco se encargaba de secarlo una y otra vez. Ni el agua, tan preciada y valiosa, ni las lágrimas derramadas, ni siquiera el olor de aquel agua del mar que Nune, la pequeña de la casa, llevó en una botella, curaron al árbol ni curaron las heridas del alma de Larosía.
Larosía tenía una casa con cocina, con habitaciones, con un pequeño huerto, cerca del mar. Vivía en una ciudad blanca y limpia con calles bien trazadas de la que un mal día, un genio de color gris acero, por orden de un malvado sultán, la expulsó. Y mucho más se debería decir. Y poco más se puede decir.

Me hubiera gustado terminar el cuento con otro genio, un genio bueno, un genio de la lámpara concediendo su deseo de llevarla de vuelta con los suyos a su huerto de Dajla, a su casa de Dajla, a su mar de Dajla, donde vivía como un ser humano antes de tener que partir al exilio atroz. Pero la caracola sólo consiguió traer la voz del mar, ahora lejano en la distancia y en el tiempo, un mar inalcanzable.

Lloramos juntas un buen rato. Esa noche soñé que donde habían caído nuestras lágrimas surgieron briznas de hierba fresca que atravesaban la arena calcinada.
Dibujé un árbol rodeado de hierba con flores blancas. Fui al diminuto huerto de Rabunni, traje una vara de un granado en flor, la planté a la entrada de la jaima, para que su fuerza hiciera sonreír a Larosía y colocamos la flor en una botella.

Aún no desespero que un día me llame para decirme: “Ana, ¿sabes qué milagro ha ocurrido?: el granado brotó”. Y como el milagro del granado, el milagro del regreso a su tierra.

Ana Roncero.

Canica.

Canica se quiere venir con nosotros a casa y nos persigue, pero no puede ser porque ya tenemos dos animales aquí y los conflictos serían insuperables y todos lo pasaríais mal. No puede ser, Canica, preciosa.

Pero lo que sí puede ser es que te baje comida todos los días y que os eche un ojo para que nadie os haga daño. Eso sí. De todos modos, aun con ciertas ventajas, debe de ser duro ser una gata callejera.

Ana Roncero.

Nicolás.

Nicolás.

Campo arado, Vincent Van Gogh, 1.888.
http://www.artehistoria.jcyl.es/genios/cuadros/5777.htm


Llevaba días mirando al cielo, su mujer le decía que ya estaba en su nube, cuando Nicolás Martín decidió que no podía esperar más para alzar sus tierras y sembrar el centeno porque las tierras en barbecho necesitaban respirar unos días antes de la siembra.

-Esperanza, mañana vamos a la heredad de Los Ribazos, preparo la yunta, el carro y el arado y, como siempre, tú y los niños os venís conmigo.
-Pero, Nicolás, si no ha caído una gota de agua. ¡Eso no hay quién lo levante!
-¡Deja, deja, cuanto más tarde, peor, y en cayendo los Santos, nieva!

De buena mañana, enganchó la yunta, preparó el carro con el arado y Esperanza cogió el puchero para la comida. Había poco en el fondo de la olla de la cachuela: unas costillas y algo de lomo. El chiquitín con la teta y un poco de panatela y los otros dos comiendo lo que ellos, se apañaban. Con el pequeño a cuestas y los niños colgando de sus faldas, se pusieron en marcha.
Nicolás encendió una lumbre junto al peñasco, a resguardo del aire, dejó su capote donde Esperanza acurrucaba al niño, y preparó el arado. A pesar de que la reja estaba bien cuidada, tardó en romper los primeros terrones para empezar la labor, pero arrancó.

Era Nicolás tozudo, como buen castellano, aunque también tenía buena yunta: Clavellina y Morena se llamaban sus vacas. Anaranjada Clavellina, dulce con la mirada dócil, fácil de ordeñar un cuartillo de leche para la panatela del niño. Morena era un poco torvisca, tenía mal genio, pero todavía le encantaban los niños. Contaba Nicolás cómo, cuando la compró en la feria del Barco, llegó a casa con ella, quiso ponerla el campanillo de la Sevillana y no hubo manera. Daba cabezazos y patadas a diestro y siniestro y amenazaba con cocear a todos los hombres que se atrevían a intentarlo. En esto, llegó la niña de ocho años y, con gran susto de Esperanza, mientras comía Morena, Isabel la acarició el frontal, pasó la correa por el pescuezo de la vaca y apretó la hebilla. Morena ni se movió. A partir de entonces, la niña cogía la cola de la vaca y saltaba por encima de ella, jugando. Nicolás se sentía muy ufano de su niña, melosona y dulce que siempre la tenía tirando de sus perneras.

Y siguió arando y arando, con la reja y la yunta, aquella tierra dura, seca y pobre como si le fuera la vida en ello, sin apenas descanso, hasta que aró la media fanega mientras tarareaba bajito una canción muy vieja, heredada de sus padres, de cuando las fiestas. La labró, la alzó la levantó y la surcó para luego sembrarla, unos días después, como él sabía hacer, como había aprendido, como lo había hecho siempre, como si le fuera la vida en ello. Y es que le iba. Y es que le fue, a su tiempo.
Luego, sin apenas luz, se volvieron al pueblo.


Era Nicolás el mejor arado de la Sierra, el más dulce con su mujer, el mejor narrador de cuentos a sus hijos. Orgulloso de ser castellano, con su capote al aire y su mirada recta, fue siempre Nicolás un hombre libre y honrado: un castellano viejo y bueno.

Ana Roncero.

Siberias nevadas.

Siberias nevadas.

Mañana a las 7:30 en el café Comercial, con el Informaciones debajo del brazo.

Llego apurada, entro corriendo buscando al compañero de cita. En cinco mesas, varias personas de diferentes edades tienen el diario de marras: unos lo están leyendo, otros lo tienen doblado junto a la taza de café. ¿Quién será el (maldito) contacto entre tantos posibles? ¿Qué hago? ¿A quién me dirijo? ¿Mira que si piensan que estoy loca?
De modo que se me ocurre una idea: me acerco hasta el mostrador y, con voz fuerte y destemplada por lo intempestivo de la hora, le digo al camarero:

-¡Las montañas tienen poca nieve este año!

Como si se hubiera disparado un resorte oculto en alguna parte, todos los ojos, incluido el del camarero, se clavan en mí con cara de perplejidad, lástima y preocupación por la pobre loca del poncho verde y marrón que alborotaba a aquellas horas de la madrugada.

-¡Pobrecilla, tan joven! – era el pensamiento que se refleja en las desoladas expresiones de sus rostros, todos sospechosos.

Antes de que alguien reaccione salgo, escopetada, a la calle y enfilo hacia el drugstore de Fuencarral donde me siento en una mesa y pido un café guardando el Informaciones debajo del poncho mientras maldigo al responsable de célula (¡valiente cretino!) al que se le ha ocurrido la … puñetera consigna.
Aún no he empezado el café, cuando alguien a mi lado me susurra:

-Sólo en Siberia dura todo el año.
-¡Maldita sea tu estampa y la del … guionista! – le grito, dando un bote, sin poder contenerme hasta que casi se cae de culo en la silla de enfrente a la mía.
-Cálmate, mujer, cálmate, es que llegué tarde y te oí cuando estaba entrando al Comercial. Si casi me atropellas de lo cabreada que salías …

¡Ay, Señor, Señor …! ¡Aquello eran contraseñas y no las de Internet! Las consignas de las citas de la clandestinidad deberían figurar en el Museo del Absurdo a pesar de que, desde luego, dan mil vueltas a los guionistas actuales. Pero entonces, cuando nos jugábamos el físico … ¡maldita la gracia que nos hacían!

Ana Roncero.

No ma(ltra)tarás.

No ma(ltra)tarás.

http://www.fmujeresprogresistas.org 

... aunque muchas veces lo parezca.

Curiosamente, aquella mañana del 25 de noviembre, Carmen, Rosa, Stevlana y Mariam sintieron una tranquilidad interior tan grande que no se lo podían creer. Ni siquiera las magulladuras, moratones y cicatrices de sus cuerpos eran visibles como lo fueron en los últimos años. Era como si la losa de su vida pasada se hubiese hecho viento de repente.
Salieron a la calle a pregonar su felicidad, la libertad, al fin, conseguida. Buscaron a sus hijos, a sus padres, a sus personas queridas para abrazarles y contarles su alegría.
Solo que no pudieron encontrarles, no pudieron verles ni abrazarles, porque ellas ... estaban ya al otro lado. 

 

Día Internacional contra la Violencia Machista. 

Y, sin embargo, desde este lado, tenemos que luchar todos los días hasta erradicarla.

Ana Roncero.

P.C.E.E.

P.C.E.E.

www.geocities.com/manifaportu/anarkia.GIF
http://singobierno.blogspot.com/2006/07/teoria-anarquista-revisin-2006-toma-1.html


-¡Pues no. En el plan en que os habéis puesto y para el plan que nos habéis impuesto, en estas elecciones no tenéis presupuesto! - siempre hablaba así: en ripios, le parecía más “intelectual” -. ¡De manera que os apañáis como podáis para ganar! ¡Y que os den!
Y dicho esto a gritos, porque recordaba su infancia ojeonesimiana, el secretario provincial, dio media vuelta, se fue por donde había venido y no volvimos a verle el pelo durante toda la pre y la post campaña (hay que decir, en honor a la verdad, que también es que era calvo).

La campaña comenzó sin carteles (y, por tanto, sin pegada de carteles), sin dípticos, sin cena de campaña y sin ganas. Nos dirigimos a la Plaza Mayor de la ciudad sorteando las miradas burlonas, las risitas irónicas, con nuestros mejores harapos, dispuestos a decir de todo, especialmente la verdad. Observamos que había mucha gente alrededor y, contentos, ingenuos y triunfalistas, largamos nuestros discursos, no uno, sino uno detrás de otro, hasta cinco. Al terminar, nos quedamos expectantes y cansados. Nos temíamos gritos, protestas, incluso insultos. Sin embargo, se hizo un gran silencio perplejo (y molesto). Nadie habló, ni aplaudió, ni reaccionó. Lentamente, nos dieron la espalda, cariacontecidos, y desaparecieron (como había hecho nuestro secretario provincial).

Seguimos así, días y días por todos los mundos posibles, explicando nuestro programa y nos encontramos siempre los mismos ojos fríos, los mismos oídos sordos, las mismas bocas entreabiertas por la sorpresa o por el catarro.

Los medios de comunicación no hablaban de nosotros, las encuestas no recogían nuestra candidatura, los electores se cruzaban de acera presintiendo el reflejo de nuestra imagen, zarrapastrosa y desagradable, en ellos mismos, acusándonos, por detrás, de nuestra audacia al mostrar las miserias de los desheredados y los entresijos de las tramoyas electorales.

La candidatura fue sancionada por la Junta Electoral Provincial por desacato. Nuestros propios electores votaron a otros por miedo a las represalias por parte de sus familias y de sus amigotes: los caciques del aparato. Ya lo dice el refrán: “Que se queme la casa pero que no se vea el humo”.

Aún hoy sigo pensando que somos más, que tenemos más motivos para ser más representativos, que en un Congreso podemos decir lo que pensamos sin miedo, porque tenemos un plan honesto: un Programa Contra la Estupidez Electoral.

Ana Roncero.

Septiembre.

Septiembre.

http://www.diputacionavila.es/medio-ambiente/alimentos/?manzanas

 

Sentada en el peñasco, llevaba días mirando la hermosura de aquel fruto, esperando a que el sol madurase su color del verde al dorado y del rojo al rosado. Aunque hubiese que esperar, por nada del mundo se arrancaba del árbol durante el mágico proceso en el que se transformaba en la rama más alta al sol de la tarde. Te entretenías comiendo garbanzos verdes, ciruelas, intentando encontrar un trébol de cuatro hojas, viendo pasar por la carretera a los arrieros con sus cargas de uvas, de higos jugosos, de melocotones pelusones de las villas sureñas de la Sierra. Saludaban a mi padre, liaban unos cigarros junto a la pared, charlaban un rato y seguían camino.

 

Mientras septiembre agonizaba con el sol cada vez menos fuerte y oblicuo, mis verdedoncellas se volvían cada vez más olorosas. Tú también te habías enamorado de ellas y cantabas alegre y sinvergüenza todas las tardes, por eso pensé que tenías tu nido entre las ramas. Pero aquel sábado, cuando llegamos a los Ribazos y fui al peñasco, mi manzana verdedoncella yacía en el suelo, entre la yerba. Con sólo darle la vuelta descubrí que tú no habías resistido tampoco su hermosa frescura y la habías picoteado hasta hacer un agujero tan profundo que se veían las pipas, casi negras.

 

La lavé en la poza, donde danzaba un aclara-aguas, y comí la mitad que me habías dejado, no quise dejarte el placer para ti solo, yo también la quería. Sembré sus semillas al lado del peñasco, pero nunca salió un manzano, ni siquiera al calor del sol de aquellos años.

Ana Roncero.

Si tuviéramos tiempo.

Si tuviéramos tiempo.

http://pedroreina.net/sfd/gredos 

Me viene a la memoria una tarde calurosa de Agosto en el portal umbrío de las casas viejas, charlando con mis primos, mientras los adultos dormitaban antes de volver a la era a limpiar la mies, esperando al aire que les permitiera separar la paja del grano, hasta bien entrada la noche.

Entonces aparecía una madre con una hermosa sandía fresquita: el sol rojo del centro, con las pepitas negras adornando y la verde, casi perfecta, circunferencia delimitándolo todo. Y nosotros, con las medias lunas esplendorosas en las manos, refrescándonos la boca, llenas de agua las caras, goteando en los vestidos de vichy a cuadritos que, con tanto esfuerzo, nos habían hecho madres o hermanas. Las moscas se acercaban al banquete del dulzor de azúcar y los chorretes colorados rodeando, glotonas, cada gota, bailando a nuestro alrededor para arrebatarnos lo que pudieran.

Aparecía mi hermana mayor, que iba a bordar, con un cubo de agua para espantarlas, rociando las lanchas de piedra y huíamos todos en desbandada: las moscas a refugiarse, los hombres a la era, los niños a por más agua al río …

Y era un momento mágico de juego con los pies en el agua, al principio poco a poco, mojándonos con las regaderas y los cubos en lo que terminaba como una batalla campal y luego nuestros vestidos tendidos en las paredes de los prados y nosotros reposando sobre la hierba verde a la sombra de los sauces de la ribera del río.

Como decía Chicho:

“… Si tuviéramos tiempo

para otras cosas

que no fueran andarse

desesperando

y abominar del mundo

de cuando en cuando …” 

No llores por las tardes de Agosto, por el sol de la sandía, por el río, ni por triscar en el heno oloroso recién segado. No busques el escondite más seguro al atardecer en el Pilar.

Siempre habrá algo nuevo que recordar y que contar, si eres capaz de sentarte al frescor de algún portal de esos que aún miran al mediodía.

Ana Roncero.
 

Lapiceros rotos.

Lapiceros rotos.

http://www.educa.madrid.org/web/ies.josesaramago.arganda/titulo.htm 

(Un breve cuento para todos los niños, en especial los de Beslan, Osetia del Norte).

 Siempre que tengo ocasión regalo a los hijos de mis amigos un ejemplar de mi libro preferido, porque en literatura nada me ha conmovido más que la sutileza de El Principito y el fondo inagotable de su imaginación. Basta observar los dibujos de los niños para darse cuenta de que la imaginación no es una verdad absoluta y unívoca cuando ellos te explican su significado. Por eso, voy a dedicar estas reflexiones a los niños que no podrán volver a pintar y, en especial, a los niños de Beslan y a todos los que ven rotos sus sueños porque en la caja grande de los dibujos de algunos adultos no hay corderos, ni elefantes sino muerte y destrucción y, encima, son tan ignorantes que sólo la abren para dañar lo irreparable, lo insustituible, lo que más deberíamos cuidar cada día: los dibujos de los niños y a los niños que los dibujan.

Atrás quedaban los días de vacaciones y, al despertar el día, andaban nerviosos e inquietos por volver a encontrarse con sus compañeros, contarse sus aventuras de verano, enseñar sus cuadernos, sus lápices de colores, sus estuches llenos de lapiceros tan nuevos que aún no tenían ese olor característico a madera y grafito que se produce en las escuelas cuando, después del recreo, se les saca punta y que crea una invisible atmósfera mágica y maravillosa al final de una tarde de colegio.

Pero ellos, esa mañana, ignoraban aún que el oscuro pájaro de la venganza y la desolación revoloteaba agazapado y silencioso entre su alegría para destruir, junto con sus vidas y sus sueños infantiles, miles de lápices rotos e inservibles que ya no pintarán árboles verdes, cielos azules, soles amarillos y tejados rojos, ni escribirán palabras cortitas, sencillas y sonoras: mamá, luna, agua, porque sólo serán lápices rotos sin color ni alegría, sin la mano pequeña que guiaba su trazo, también rota por la locura “humana” en la que estamos sumergidos, para no saber que en la escuela sólo quedaron dos colores, los que unos y otros grupos de adultos querían pintar: el negro de la muerte y el rojo de la sangre inocente.

Aún me despierto viendo los grandes ojos llenos de angustia de una de las niñas que se salvaron y junto con los demás no podrá salir del pozo de la desesperanza y el terror de ver todos sus sueños rotos.

Ana Roncero, 27/9/2.004.

Publicado en Diario de Ávila el 10/10/04.

 

El cielo y la tierra.

El cielo y la tierra.

Acabo de oir al Papa y me ha dejado estupefacta. Ya había barruntado yo que, algún día, sus decisiones iban a resultar un auténtico cataclismo. No lo pensé dos veces, me puse el traje azul de las fiestas, busqué aquel misal antiguo con la misa en latín que tiene en el centro la estampa del fin del mundo y unas clavellinas azules del mes de mayo que ella acostumbraba a dejar secarse entre los libros, y me fui a visitar a mi tía Obdulia. Mientras caminaba, pensé que no llevaba el velo, pero me tranquilicé pensando que ahora no se le daba a eso tanta importancia. Cuando llegué, su cara apergaminada me mostró su mueca más incrédula y conspicua.

- ¿Sabes, tía, que el Papa ha dicho hace poco que ya no hay purgatorio, luego que ya no había limbo y que, hoy mismo, ha anunciado que tampoco existe el cielo? ¡Menos mal que bailé, reí y disfruté todo lo que pude sin seguir tus pasos ni tus sabios consejos! ¡Porque tú ahora, entonces, no sé dónde andarás! Así que adiós muy buenas, tía, y a mí ¡que me quiten lo "bailao"!

Dejé el misal, con la estampa del fin del mundo y las flores secas, encima de la lápida y me volví para seguir viviendo sin lacras, encantada de que fueran las propias palabras de un Papa las que me hubieran devuelto, ¡al fin!, la libertad.

Ana Roncero.