Lapiceros rotos.
http://www.educa.madrid.org/web/ies.josesaramago.arganda/titulo.htm
(Un breve cuento para todos los niños, en especial los de Beslan, Osetia del Norte).
Siempre que tengo ocasión regalo a los hijos de mis amigos un ejemplar de mi libro preferido, porque en literatura nada me ha conmovido más que la sutileza de El Principito y el fondo inagotable de su imaginación. Basta observar los dibujos de los niños para darse cuenta de que la imaginación no es una verdad absoluta y unívoca cuando ellos te explican su significado. Por eso, voy a dedicar estas reflexiones a los niños que no podrán volver a pintar y, en especial, a los niños de Beslan y a todos los que ven rotos sus sueños porque en la caja grande de los dibujos de algunos adultos no hay corderos, ni elefantes sino muerte y destrucción y, encima, son tan ignorantes que sólo la abren para dañar lo irreparable, lo insustituible, lo que más deberíamos cuidar cada día: los dibujos de los niños y a los niños que los dibujan.
Atrás quedaban los días de vacaciones y, al despertar el día, andaban nerviosos e inquietos por volver a encontrarse con sus compañeros, contarse sus aventuras de verano, enseñar sus cuadernos, sus lápices de colores, sus estuches llenos de lapiceros tan nuevos que aún no tenían ese olor característico a madera y grafito que se produce en las escuelas cuando, después del recreo, se les saca punta y que crea una invisible atmósfera mágica y maravillosa al final de una tarde de colegio.
Pero ellos, esa mañana, ignoraban aún que el oscuro pájaro de la venganza y la desolación revoloteaba agazapado y silencioso entre su alegría para destruir, junto con sus vidas y sus sueños infantiles, miles de lápices rotos e inservibles que ya no pintarán árboles verdes, cielos azules, soles amarillos y tejados rojos, ni escribirán palabras cortitas, sencillas y sonoras: mamá, luna, agua, porque sólo serán lápices rotos sin color ni alegría, sin la mano pequeña que guiaba su trazo, también rota por la locura “humana” en la que estamos sumergidos, para no saber que en la escuela sólo quedaron dos colores, los que unos y otros grupos de adultos querían pintar: el negro de la muerte y el rojo de la sangre inocente.
Aún me despierto viendo los grandes ojos llenos de angustia de una de las niñas que se salvaron y junto con los demás no podrá salir del pozo de la desesperanza y el terror de ver todos sus sueños rotos.
Ana Roncero, 27/9/2.004.
Publicado en Diario de Ávila el 10/10/04.
1 comentario
Dinosaurio -
Encima se sumaron, al menos, dos terrorismos: el de los asaltantes chechenos y el de los "salvadores".
¡Una pasada!
Besos.