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LA PIEDRA DEL MEDIODÍA

Recuerdos

27 de septiembre de 1975.

27 de septiembre de 1975.

In memorian:

José Humberto Baena Alonso (23 años),
José Luis Sánchez Bravo (20 años),
Ramón García Sanz (27 años),
Ángel Otaegui Echeverría,
Juan Paredes Manot (21 años).

 

Ánimas de otoño.

Ánimas de otoño.

http://www.gredos-norte.com/pueblos/hoyosdelespino/iglesia.html

El humo saliendo de todas las chimeneas en otoño, con olores inolvidables a diferentes leñas: piornos albares, roble, pino más claro, pino más oscuro ... haciendo dibujos dependiendo del aire que soplase: el del sur lo subía alto, el del norte lo pegaba a los tejados de las casas. Ya lo decían los abuelos, siempre sabios: "Alto lluvia, bajo nieve".
Ya llega la época del viento norte, en tocando las campanas de las ánimas ya se sabe: nieve viene. El alborozo infantil en esta estación otoñal, que en lo meteorológico rozaba el invierno, estaba asegurado. Esas ánimas benditas hacían bullir la alegría infantil, aunque entonces no hubiera hiperactividades ni zarandajas. Mientras los muchachos tocaban las campanas en la iglesia de arriba, a un  kilómetro del pueblo, y encendían hogueras, las muchachas padrenuestro va y padrenuestro viene para sacar almas del purgatorio al tiempo que recogíamos pequeñas piedras para hacer el recuento de las almas liberadas. Yo me imaginaba siempre a las ánimas con las manos abiertas hacia el cielo, creo que esa era la imagen de un cuadro que había en la iglesia de arriba. Las pocas que salían, se transformaban en unas grandes lágrimas flotando por el Universo. Me  hubiera gustado pensar que salvaba muchas pero dudo de que fuese tan fácil. Ellas estarían entretenidas llevando la cuenta, yo no sé cuántos padrenuestros necesitaban ni si salían de verdad, pero era un autentico maratón de padrenuestros, risas y piedras, entradas y salidas de la capilla de abajo, para desesperación del cura y de las beatas a los que no dejábamos rezar en paz.
Al anochecer asábamos las castañas en las hogueras con los muchachos y se contaban historias de aparecidos de muertos y de terror. Yo era muy miedosa y no volvía nunca sola por si las ánimas andaban sueltas o les faltaban padrenuestros, no me fueran a coger a mí del cuello.
Y así, poco a poco, día va, día viene, se volvían las nubes rosadas y densas, flores blancas y menudas salpicaban los prados, empezaba la mágica danza del invierno en ciernes mientras despacio, sin prisa, se sembraba la tierra de nieve.

Ana Roncero.

Rumalgas de Gredos.

Rumalgas de Gredos.

-Cuidado, don Miguel, no atraviese por la mitad del prado, que hay una trampalera y se mete usted en ella hasta la rodilla.
-Pero, ¿qué dices, muchacho? – miró socarronamente al muchacho – ¡Si la hierba es dura y no se ve nada!
-¡Bueno, bueno, allá usted! ¡Ustedes los de la capital no saben del campo! ¿Ve esas hierbas más oscuras y puntiagudas?, pues son juncos, debajo hay agua y cieno. Mejor, bordee usted por la orilla del prado.

No dijo nada don Miguel, pero bordeó. Llegaron junto al río, se sentaron en una piedra, los dos observando el agua, y prepararon las moscas y las cucharillas para la pesca. Aquel muchacho menudo, de ojos extremadamente verdes, era educado y parlanchín. Siempre acompañaba a don Miguel de pesca. Ya sabía el color de las moscas que le gustaba utilizar, los charcos donde había que usar cucharilla ...

-¡Si le dejaran usar lombriz, aquí usted se forraba a truchas! – otra vez la sonrisa bordeando la boca.
-Luis, coge tú la cesta y el morral. Vamos hasta la presa de Praomolino.
-Es pronto, don Miguel, ahora está sombría y no saltan. Yo me quedaría en la Presa del Ángel un rato y, de paso, recojo unas ramas de helecho para la cesta. Aunque a mí me gustan más las rumalgas frescas para el lecho de las truchas.
-Pero cállate un poco, hombre, que las indinas son muy listas y nos oyen.
-¿Usted cree?
-Sí, hijo, sí.

Callados recorrieron el río hasta mediodía y en los lanchares de la Gargantilla sacaron la merienda.

-¿Si gusta, don Miguel?
-¿Qué tienes tú?

Luis abrió su morral y en la fiambrera de porcelana vio una tortilla de escabeche, torreznos de jamón, un cuarto de hogaza de pan del que amasaba su madre envuelto en una servilleta de vichy verde y blanca, queso de cabra y una morcilla calabacera.

-Te lo cambio –dijo don Miguel.
-¡Quite usted, que a los pescadores les ponen una merienda mucho más buena en el Parador!

Hicieron el cambio. El pícaro de Luis se comió la tortilla de buen atún, el jamón, el queso, la naranjada, un plátano, la manzana de verde doncella y guardó lo de la tarde para dárselo a sus hermanos. “¡Qué hombre tan inocente!”, pensó el muchacho brillándole los ojos, verdes como la profundidad del río.

-Gracias, hijo – dijo don Miguel -. Hacía tiempo que no comía una merienda tan buena.
-De nada, don Miguel. ¡Con usted da gusto ir de pesca, parece de pueblo, como nosotros!
-Ay, hijo, es que yo soy del pueblo. Que no se te olvide.

Desde entonces, eran compañeros. Aparecía don Miguel, la madre de Luis preparaba la fiambrera y ya no hacía falta cambiar la merienda, porque el día de pesca de don Miguel Delibes  y Luis en el Tormes, era todo un rito.

Ana Roncero.

Publicado en El Cobaya nº 17 (primavera 2.008).

Localismos gredenses.

Localismos gredenses.

Gredos.

 

En la tierra donde nací (como sucede en casi todas las comarcas y tierras del mundo) hay palabras que no he oído en otros lugares, lo que no quiere decir que no se utilicen también en otras zonas.
Estos localismos se siguen empleando en la actualidad y no significa que se hayan inventado allí, sino simplemente que algunas son expresiones en desuso que allí se siguen usando.
Os las ofrezco como curiosidad, para que no se pierdan, e iré añadiendo las que me vaya acordando.
Espero que os gusten tanto como a mí:

Abanto: Persona que hace todo a lo bruto.

Achiperre: Trasto viejo.
Ameal: Construcción en forma de choza donde se amontonaba el heno recogido en un prado.
Amulado: Persona enfadada.
Andancio: Malestar general o intestinal o de tipo griposo.
Añusgarse: Atragantarse.
Atorzonado: Persona retorcida, atontada o borracha.

Atusar: Peinar.
Aviao: Aviado, ataviado, arreglado de ropa.
Bolfarinas: Remolinos de aire en las tormentas de aguanieve.
Cachuela: Matanza del cerdo.

Desahogá: Desahogada, fresca, caradura.
Desajumorio: Mezcla de varios ingredientes que, quemada, resulta pestilente. Suelen hacerla los niños.
Embazar: Cortarse la respiración cuando hace mucho aire.

Escamondar: Limpiar a fondo.

Espelde: Salero.
Eszalear: Romper.
Gelera: Desazón de los niños.
Guto: Caprichoso en la comida. Que sólo come lo que le gusta.
Hartabellaco: Guiso.
Indino: Niño travieso.
Istalache: Chiringuito, tenderete. Instalación sencilla de fácil recogida.
Jalbegar: Encalar. Pintar con jalbiegue.
Leto: Alhelado.
Maluto: Malo.
Perjudicado: Borracho.

Sonochar: Trasnochar.
Tupa: Abundancia, mucha cantidad de algo.
Tupido: Harto de comida. Lleno a rebosar.
Zaleo: Enredo.

Ana Roncero.

Contra olvido, memoria.

Contra olvido, memoria.

Caía la tarde de finales de julio y, para entonces, la mies estaba lista para la siega y los labradores empezaban a impacientarse por la falta de segadores de la hoz. Antes buscaron para la yerba los de la guadaña, pero sólo las cuadrillas de hurdanos segaban como nadie sin estropear la espiga.

 

Iban apareciendo, poco a poco, las familias de segadores: padres e hijos, ellos segadores, las mujeres jóvenes de atarinas, para ir atando los haces de mies.

 

Era un ir y venir a la plaza del ayuntamiento donde se sentaban a esperar al mejor postor para contratar la siega. Los ojos oscuros, la piel quemada, el cuerpo magullado por la batalla de la subsistencia. Ellos de pana con sombrero de paja, pañuelo de yerbas en el cuello y camisa de viscosa a rayas y abarcas (que sólo de pensar en el rastrojo entre los dedos de sus pies, me produce aún dolor). Las atarinas, menudas como cervatillos asustados, tapadas de arriba abajo, pañuelo a la cabeza, sombrero, largas faldas oscuras, medias para proteger sus piernas. Su equipaje era la miseria, los aperos de la siega, los dediles, la hoz y un costal con una muda para el mes, que las atarinas lavaban en cualquier arroyo a la vuelta de la jornada.

 

Líbrame, Señor, del olvido. No quiero perder la memoria. Estas escenas ocurrían en Castilla en 1.968, cuando París era una fiesta porque se reivindicaba la libertad en el mayo francés. En España llegamos tarde, pero llegamos, aunque a veces dude de haber llegado bien.

 

Castilla, entretanto, iba a los altos hornos, a las minas, a aquella Europa que nos tenía manía, a trabajar. La emigración era igual de triste que ahora, pero sin cámaras de televisión. De mi pueblo también teníamos que emigrar, pero en aquél momento éramos nosotros los que contratábamos a nuestros hermanos, los hurdanos, por cada fanega de tierra, dos panes, una hoja de tocino y una cántara de vino, la cena en casa del amo (qué palabra tan desagradable) y a dormir en el pajar repleto de heno. Las cinco de la mañana y, apenas salía el sol, a segar hasta que se ponía para sacar un jornal. Recuerdo la cuadrilla que segaba en mi casa, siempre venían los mismos: el padre y dos hijos varones más una hija, que era la atarina. Decía el padre que él prefería segar para los pobres porque los ricos les daban tocino rancio y un guiso de color indefinible con sabor a sebo. Nosotros éramos casi tan pobres como ellos. La atarina dormía con Modesta, la de tía Damiana y entre mi hermana y Modesta le hacían un vestido de flores de viscosa que estrenaba en la fiesta a la vuelta de la siega, al atardecer. Cuando llegaban a cenar a la casa, la atarina se lavaba y, con sus cabellos limpios, su tez clara (de tanto que la protegía del sol, para no quemarse), despertaba las miradas embobadas de mis hermanos y de los muchachos del pueblo, que les hacían los ojos chiribitas pensando en sus encantos. Pero allí estaban su padre y sus hermanos para preservar su virtud y quitar los pájaros de la cabeza a los mozos.

 

Unos pocos días en mi casa, otros pocos en los de labradores como nosotros, llenaban el mes de agosto para volver luego a su casa en las Hurdes con el jornal de la siega en el bolsillo. Como decía mi madre, todos somos errantes: pastores, vaqueros, segadores, jornaleros, labradores, obreros, campesinos, trabajadores.

 

Señor, no me dejes perder la memoria. Ni la histórica de un país, ni la social, para poder mirar de frente a todos los que aún tienen los ojos asustados. No quiero que nunca más se tenga que volver a utilizar aquél término terrible, “amo”, que hacía temblar a los segadores en pleno mes de agosto.

Ana Roncero.

La imagen es de la película "Los santos inocentes" de Mario Camus, 1.984, basada en la novela de Miguel Delibes.

La piedra del mediodía.

La piedra del mediodía. En Agosto, cuando el sol quemaba, buscar la piedra del mediodía era ir a refugiarte bajo los pinos, pegado tu cuerpo y tu nariz a la verde hierba fresca, masticar algunas jugosas briznas si se habían agotado las manzanas que recogiste temprano, antes de salir, en tu sombrero de paja.
La mañana de un día de trilla era algo mágico. Íbamos los niños en tropel a la era, que parecíamos un enjambre de alborotados abejorros, sombreros con cintas de colores, faldas de vichy y viscosa de cuadros de flores, niños con los tirantes caídos y manzanas verdes, dentro del sombrero, que poníamos al abrigo del ameal de mies, los haces de centeno extendidos, las yuntas, los trillos dando vueltas para que la parva quebrara con el sol fuerte y la brisa suave y sofocante.
Pero la magia se acababa a las dos horas por el cansancio y el sol. Todo se volvía salir del trillo a beber agua, mirar a la montaña, esperar a que bajaran las madres con las viandas. De repente, se oía decir: “¡Ya brilla la piedra del mediodía!” y aparecían las mujeres con las cestas de comida para los que estaban trillando. Por eso, cuando brillaba el sol en la piedra, desaparecía el cansancio para dar paso al jolgorio renovado.
Yo le pregunté a mi padre en qué consistía el misterio y él me lo contó, liando un cigarrillo con su única mano: la piedra del mediodía era una pulida lancha grande de granito por cuya superficie se deslizaba el agua de una fuente cercana y, justo al medio día, hasta pasada la Virgen de Agosto, el sol hacía que brillara, durante unos minutos, al pasar por ella.

Todo tiene una explicación (lógica, ilógica, desconocida, oculta, manipulada), sólo la magia hace que tú no quieras entenderlo, buscando siempre encontrar en tu vida una piedra del mediodía para reposar tu cabeza, olvidarte de la adversa realidad, y dormir, volar, soñar … como una niña.

(La imagen no es la real, pero el paisaje es ligeramente parecido. Si un día consigo hacer la foto verdadera, la cambio).

Echando a andar.

Echando a andar.

Hola a todos.

Empiezo este diario con la ilusión de contar mis cosas a mi manera como las siento, como las recuerdo, como me parezca y como me apetezca. Espero que os interese, pero si no es así, ¡qué le vamos a hacer!, ¡no será mi problema!

Hasta pronto.

Ana Roncero.