La piedra del mediodía.
En Agosto, cuando el sol quemaba, buscar la piedra del mediodía era ir a refugiarte bajo los pinos, pegado tu cuerpo y tu nariz a la verde hierba fresca, masticar algunas jugosas briznas si se habían agotado las manzanas que recogiste temprano, antes de salir, en tu sombrero de paja.
La mañana de un día de trilla era algo mágico. Íbamos los niños en tropel a la era, que parecíamos un enjambre de alborotados abejorros, sombreros con cintas de colores, faldas de vichy y viscosa de cuadros de flores, niños con los tirantes caídos y manzanas verdes, dentro del sombrero, que poníamos al abrigo del ameal de mies, los haces de centeno extendidos, las yuntas, los trillos dando vueltas para que la parva quebrara con el sol fuerte y la brisa suave y sofocante.
Pero la magia se acababa a las dos horas por el cansancio y el sol. Todo se volvía salir del trillo a beber agua, mirar a la montaña, esperar a que bajaran las madres con las viandas. De repente, se oía decir: “¡Ya brilla la piedra del mediodía!” y aparecían las mujeres con las cestas de comida para los que estaban trillando. Por eso, cuando brillaba el sol en la piedra, desaparecía el cansancio para dar paso al jolgorio renovado.
Yo le pregunté a mi padre en qué consistía el misterio y él me lo contó, liando un cigarrillo con su única mano: la piedra del mediodía era una pulida lancha grande de granito por cuya superficie se deslizaba el agua de una fuente cercana y, justo al medio día, hasta pasada la Virgen de Agosto, el sol hacía que brillara, durante unos minutos, al pasar por ella.
La mañana de un día de trilla era algo mágico. Íbamos los niños en tropel a la era, que parecíamos un enjambre de alborotados abejorros, sombreros con cintas de colores, faldas de vichy y viscosa de cuadros de flores, niños con los tirantes caídos y manzanas verdes, dentro del sombrero, que poníamos al abrigo del ameal de mies, los haces de centeno extendidos, las yuntas, los trillos dando vueltas para que la parva quebrara con el sol fuerte y la brisa suave y sofocante.
Pero la magia se acababa a las dos horas por el cansancio y el sol. Todo se volvía salir del trillo a beber agua, mirar a la montaña, esperar a que bajaran las madres con las viandas. De repente, se oía decir: “¡Ya brilla la piedra del mediodía!” y aparecían las mujeres con las cestas de comida para los que estaban trillando. Por eso, cuando brillaba el sol en la piedra, desaparecía el cansancio para dar paso al jolgorio renovado.
Yo le pregunté a mi padre en qué consistía el misterio y él me lo contó, liando un cigarrillo con su única mano: la piedra del mediodía era una pulida lancha grande de granito por cuya superficie se deslizaba el agua de una fuente cercana y, justo al medio día, hasta pasada la Virgen de Agosto, el sol hacía que brillara, durante unos minutos, al pasar por ella.
Todo tiene una explicación (lógica, ilógica, desconocida, oculta, manipulada), sólo la magia hace que tú no quieras entenderlo, buscando siempre encontrar en tu vida una piedra del mediodía para reposar tu cabeza, olvidarte de la adversa realidad, y dormir, volar, soñar … como una niña.
(La imagen no es la real, pero el paisaje es ligeramente parecido. Si un día consigo hacer la foto verdadera, la cambio).
2 comentarios
Gatopardo -
Esa piedra que brilla al mediodía como un presagio de bondades por venir, es un detalle muy bien resuelto en el relato y en la conclusión final.
Me ha gustado un montón.
Dinosaurio -
Besos.